Notas de prensa

  • 26 de diciembre de 2014
  • 187

La actividad física explicaría por qué los huesos de los cazadores-recolectores eran mucho más fuertes que los de los humanos actuales

Un nuevo estudio afirma que nuestros estilos de vida cada vez más sedentarios explicarían porqué nuestros esqueletos se han hecho más ligeros y frágiles desde el paso al Neolítico y la sustitución de la caza y recolección por la agricultura.

La actividad física, clave para unos huesos fuertes.
El nuevo estudio, publicado en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Science), muestra que los cazadores-recolectores de hace unos 7.000 años tenían unos huesos de fortaleza comparable a la de los orangutanes, mientras que los granjeros neolíticos que vivían en la misma zona más de 6.000 años más tarde tenían una osamenta considerablemente más débil y ligera y por tanto más propensa a sufrir fracturas. La masa ósea era un 20% más densa en cazadores-recolectores. Tras descartar diferencias de dieta y cambios en el tamaño corporal como posibles causas, los investigadores llegaron a la conclusión de que la diferencia se explicaba por la reducción de actividad física a lo largo de milenios. Es una tendencia que sigue en activo hoy en día y está alcanzando niveles peligrosos pues las personas cada vez son más sedentarias.

Estos resultados llevan a los investigadores a considerar que es el ejercicio más que la dieta para prevenir el mayor riesgo de fracturas y patologías como la osteoporosis. Más ejercicio durante las primeras etapas de vida resulta en una fortaleza ósea más elevada alrededor de 30 años de edad, con lo que el efecto del inevitable deterioro de masa ósea resulta menos dañino. De hecho, no existe ninguna razón anatómica que impida que una persona nacida hoy en día no tenga la fortaleza ósea de un orangután o la de un cazador-recolector del paleolítico, afirman los investigadores; pero ni siquiera las personas más activas de hoy en día podrán alcanzar nunca el punto máximo de fortaleza de los huesos de primates no humanos o de los cazadores-recolectores.

No hemos evolucionado para estar sentados en un coche o frente a un escritorio.
Los humanos de la edad contemporánea viven en un entorno cultural y tecnológico incompatible con nuestra adaptación evolutiva. Tenemos detrás nuestro siete millones de años de evolución homínida enfocada en la acción y a la actividad física con el fin de conseguir la supervivencia, que choca con los últimos 50 o 100 años durante los cuales hemos sido muy sedentarios, peligrosamente sedentarios. No hemos evolucionado para estar sentados en un coche o frente a un escritorio, afirma uno de los autores del estudio. Los investigadores sometieron a rayos X muestras de fémur humanos y muestras de primates no humanos, comparando cuatro poblaciones humanas representativas de cazadores-recolectores nómadas y de agricultores sedentarios de la misma región del estado de Illinois, en los EE.UU, y que por tanto era probable que fueran genéticamente similares. Los análisis revelaron que la masa ósea de los cazadores-recolectores era un 20% más densa, los cuales, a su vez, tenían una masa ósea mucho más frágil que la de los homínidos de 150.000 años atrás.

Aunque el cambio al modo de producción agrario causó una pérdida de salud debido a la dieta de monocultivo, carente de variedad, las poblaciones examinadas no fueron afectadas por este cambio. Por supuesto es necesario un nivel mínimo de calcio para mantener la salud del esqueleto, pero más allá de este nivel mínimo el exceso de calcio no es necesario. Los investigadores también tenían presente la teoría según la cual, en algún momento de nuestra evolución, nuestros huesos se hicieron más ligeros, tal vez a causa de que no se disponía de suficientes alimentos para sostener un esqueleto más denso. Si esto fuera cierto, los esqueletos de cazadores-recolectores serían completamente diferentes a los de otros primates actuales. Hemos demostrado que los cazadores-recolectores se ajustan perfectamente a los primates de tamaño corporal similar. Los esqueletos humanos actuales no son sistémicamente frágiles; no estamos limitados por nuestra anatomía, concluye el Dr. Colin Shaw, uno de los coautores del estudio.

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