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El libro La otra cara de la Guerra Civil homenajea la figura del médico durante el conflicto
La SECOM edita una obra que recoge fotos y documentos inéditos de heridos durante la guerra cuyos rostros fueron reconstruidos.
La cirugía oral y maxilofacial ha pasado de extraer proyectiles sin contar con una radiografía a intervenciones con escáner en 3D.
Madrid, 4 de febrero de 2014. El libro La otra cara de la Guerra Civil, editado por la Sociedad Española de Cirugía Oral y Maxilofacial (SECOM), recopila fotos y anotaciones inéditas de heridos por armas de fuego y su reconstrucción por el doctor Jesús Martín Sánchez, pionero en cirugía oral y maxilofacial. La obra, que será presentada el próximo viernes en una exposición en Madrid, con motivo del 75 aniversario del final de la Guerra Civil, ofrece un tributo tanto al cirujano como a sus pacientes, “soldados anónimos con graves lesiones que se hermanaron en una contienda fratricida”, señalan los autores.
El doctor Martín Sánchez nació en Castropol (Oviedo) en 1908, pero al poco tiempo la familia se trasladó a Madrid, donde realizó sus estudios de Odontología y obtuvo el título oficial en 1932. Desde ese año hasta el comienzo de la guerra trabajó como ayudante del doctor Bernardino Landete, catedrático de Odontología y considerado el fundador de la cirugía oral y maxilofacial en España. Durante la Guerra Civil, fue destinado al Hospital Médico-Popular de Chamartín de la Rosa, unos de los hospitales de sangre de Madrid, donde permaneció durante todo el conflicto. “Allí trataba las patologías de los heridos por arma de fuego de los que tomó fotos y anotaciones, que han sido prestadas de manera desinteresada a la SECOM por el sobrino y la hermana del doctor para la publicación de este libro”, asegura el doctor José Luis Cebrián, vicepresidente de la SECOM y uno de los coordinadores de este volumen.
Diferentes cirujanos orales y maxilofaciales han analizado las fotos y anotaciones tomadas por el doctor Martín Sánchez y expuesto sus comentarios sobre el diagnóstico y las técnicas empleadas por este cirujano. “La mayoría con un resultado bastante logrado dadas las circunstancias y posibilidades de la época”, indica el doctor Cebrián. Un aspecto destacable de este médico es que “no se limitó al tratamiento de las heridas y secuelas inmediatas, sino que siguió interviniéndoles en el período de posguerra para conseguir los mejores resultados estéticos y funcionales”, comenta.
El conflicto se caracterizó por los combates en trincheras y parapetos, “lo que junto a la munición empleada y al uso de armas blancas, determinaron un tipo especial de heridas en la cara y cuello con lesiones muchas veces espeluznantes, que supusieron un reto para la anestesia y la cirugía de entonces”, afirma el doctor Cebrián. Dado que las técnicas de reconstrucción modernas no empezaron a desarrollarse hasta la segunda mitad del siglo XX, “los recursos disponibles durante la Guerra Civil eran todavía muy limitados pero él siempre procuró mejorar la calidad de vida de sus pacientes”, añade.
Cirugía en 3D
La obra repasa las técnicas utilizadas entonces para tratar lesiones por arma de fuego tales como “las férulas metálicas, el bloqueo intermaxilar elástico, las técnicas de fijación extraorales, uso de prótesis o el uso de colgajos de avance para reconstruir el labio”, explica otro de los coordinadores del libro, el doctor Arturo Bilbao, ex presidente de la SECOM. Hoy en día, los avances médicos y tecnológicos como “la inclusión de la cirugía 3D, la navegación quirúrgica, etc.; no solo han permitido mejorar tanto las técnicas como el resultado estético y funcional, sino afinar en el diagnóstico y tratamiento de los traumatismos faciales, reducir los tiempos quirúrgicos y de recuperación y hacer el proceso menos doloroso para el paciente”, destaca. La sanidad militar en ambos bandos se gestionaba de manera similar: el herido en primera línea de combate pasaba a un puesto de socorro o de curación y tras estabilizarle se le trasladaba a la segunda línea, donde había trenes hospitales u hospitales situados en pequeñas localidades, en ermitas, cuadras, mansiones, teatros y, sobre todo, escuelas. “Debían tener los medios precisos para realizar operaciones definitivas y poder derivar a los enfermos más crónicos a los hospitales de sangre de las grandes capitales, como el de Chamartín”, comenta el doctor Bilbao.
Se calcula que existían en España en aquel entonces unos veinte mil médicos, la mitad en cada zona, aunque la mayoría de los facultativos militares permanecieron en el bando nacional. Con respecto a las heridas, “éstas variaban dependiendo del agente que las producía”, señala el doctor. Al principio eran frecuentes las heridas de bala, pero cuando se estabilizaron los frentes empezaron a llegar heridos más graves por metralla o bombardeos. “Para localizar el proyectil, al no existir radiografías, se preguntaba al soldado su posición en el momento del impacto y así deducir su ubicación”, concluye el doctor Bilbao.